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La guerra es la negación de la vida y debe ser rechazada en su totalidad y para siempre

Piensan que la paz se puede lograr con las armas asustando a otros estados y continentes. Dicen: solo un fuerte puede imponer respeto y paz… (David M. Turoldo)

Con gran dificultad usamos este término “guerra”. El deseo que todos deseamos es que desaparezca definitivamente del lenguaje común, porque la guerra significa destrucción, muerte y lágrimas. No hay crímenes de guerra, la guerra en sí misma es un crimen y como tal debe ser proscrita, expulsada de la historia.

Precisamente porque el rechazo a la guerra es absoluto, no debemos aceptar distinciones ni diferencias. La enormidad de la guerra, su impacto de aniquilamiento, su misión de muerte, sólo puede detenerse con una negativa igualmente total y definitiva. Siendo la negación de la vida, debe ser vista como un acto contra la naturaleza y rechazada en su totalidad y para siempre.

Ya en 1967 el padre David Turoldo en uno de sus discursos decía: «Comprendo, Señor, nadie me puede dar la paz. Es inútil esperar. Los gobiernos, los estados, los continentes también necesitan la paz pero no son capaces de lograrla. Y todos van por caminos equivocados. Piensan que la paz se puede lograr con las armas asustando a otros estados y otros continentes. Mientras tanto, se arman y estudian sistemas cada vez más poderosos y letales. Todo el mundo quiere ser fuerte. Dicen: sólo un fuerte puede imponer respeto y paz. Como si la paz fuera una cuestión de imposición y no de amor».

Escribiendo a Freud el 30 de julio de 1932 (seis meses después de que Hitler llegara al poder), Einstein preguntó: “¿Hay alguna manera de liberar a los hombres de la fatalidad de la guerra?”

Al decir no a la guerra, también hay que decir no a la construcción de armas. Mientras se toleren la fabricación y el comercio de armas, de hecho muy florecientes ahora, nunca podremos esperar que las guerras terminen. Es fácil encontrar mil justificaciones: la guerra como solución a los conflictos entre los pueblos, la guerra en defensa de los agresores, pero siempre es un discurso hecho de víctimas y muertos.

El verdadero amor no respeta las leyes del interés personal, sino que se da y se da con alegría. El amor auténtico es pleno e ilimitado.

Claramente, estos son objetivos importantes y complejos que se pueden lograr con el tiempo a través de un camino lento de crecimiento y conciencia común.

Cuando el poder del amor supere el amor del poder, entonces el mundo conocerá la paz.